Millones de millones
Nos reunimos para nuestra reunión del domingo con gozo y expectativa. Aunque guardábamos distancia por la pandemia del coronavirus, agradecimos la oportunidad de celebrar la boda de Gavin y Tijana. Se transmitió el servicio a amigos y familiares en todo el mundo. Este enfoque creativo nos ayudó a superar las restricciones mientras nos regocijábamos en el pacto matrimonial. El Espíritu de Dios no unió y nos llenó de gozo.
Canta alabanzas al Señor
El calor y la humedad del verano nos golpearon toda la semana durante la conferencia de discipulado, pero el último día recibimos con agrado un frente de aire más fresco. Agradecidos por el alivio y la obra asombrosa que Dios había hecho, cientos de voces nos unimos para adorar a Dios con el corazón, el alma, el cuerpo y la mente centrados en Él. Al rememorar ese día décadas después, evoco la maravilla y el gozo sinceros de alabar a Dios.
Los planes de Dios para ti
Durante seis años, Ángela trató de volverse la «esposa perfecta del pastor», imitando a su amada suegra (también esposa de pastor). Pensó que, en ese papel, no podría ser también escritora y pintora; y al reprimir su creatividad, se deprimió y pensó en suicidarse. Solo la ayuda de un pastor vecino la sacó de la oscuridad tras orar con ella y asignarle que escribiera durante dos horas cada mañana. Esto despertó lo que ella denominó «órdenes selladas»: el llamamiento que Dios le había hecho. Escribió: «Para ser real y plenamente yo […], cada caudal de creatividad que Dios me había dado tuvo que encontrar su canal».
Descansar seguro en Dios
Cuando cada uno de mis hijos iba entrando en la adolescencia, le escribía una carta. En una, hablé de la identidad de Cristo, recordando que cuando yo era adolescente, me sentía insegura de mí misma y me faltaba confianza. Tuve que aprender que era la amada de Dios… su hija. En la carta, escribí: «Saber quién eres se reduce a saber de quién eres». Porque cuando entendemos que Dios nos creó, a medida que nos transforma para parecernos cada día más a Él, podemos tener paz con la persona que quiso que fuéramos.
Compartir a Jesús
Poco después de que Dwight Moody pusiera su fe en Cristo, el evangelista decidió no dejar pasar un día sin compartir la buena noticia de Dios con al menos una persona. En días atareados, a veces se olvidaba de su resolución hasta tarde. Una noche, estaba en la cama cuando se acordó. Salió de su casa, pero pensó: No encontraré a nadie en medio de esta lluvia. Justo entonces, vio a un hombre caminando por la calle. Moody se acercó y le preguntó si podía refugiarse en su paraguas. Una vez que le dio permiso, dijo: «¿Tienes algún refugio en tiempos de tormenta? ¿Podría contarte sobre Jesús?».
Buscar la ayuda de Dios
A finales del siglo xix, durante cinco años, las langostas arrasaban las plantaciones en Minnesota. Los granjeros trataban de atraparlas con brea y quemaban sus campos para matar los huevos. Desesperados y al borde de morir de hambre, muchos buscaron tener un día de oración en todo el estado, ansiando buscar juntos la ayuda de Dios. El gobernador accedió, y dedicó el 26 de abril para orar.
El secreto del contentamiento
Cuando Joni Eareckson Tada volvió a su casa después de un accidente al zambullirse en el agua, que la dejó cuadripléjica, su vida cambió por completo. Las puertas eran demasiado pequeñas para su silla de ruedas y los lavatorios demasiado altos. Tenían que darle de comer, hasta que ella decidió reaprender cómo hacerlo. La primera vez que levantó con su férula braquial la cuchara especial, se sintió humillada al volcar el puré de manzana en su ropa. Pero siguió intentando, y expresa: «Mi secreto fue aprender a apoyarme en Jesús y decir: “Oh, Dios, ¡ayúdame con esto!”». Hoy maneja muy bien la cuchara.
Compartir tu fe
Cuando la escritora Becky Pippert vivía en Irlanda, anhelaba compartir la buena noticia de Jesús con Heather, quien había sido su manicura dos años. Pero Heather parecía no tener ningún interés. Como se sentía incapaz de iniciar una conversación, Becky oraba antes de ir a atenderse.
Legalmente suyos
Liz lloró de alegría cuando ella y su esposo recibieron el certificado de nacimiento y el pasaporte de su niña, que confirmaban legalmente la adopción. Ahora, Milena sería siempre su hija y parte de su familia. Meditando en aquel proceso legal, Liz también recordó el «verdadero intercambio» que ocurre cuando nos convertimos en parte de la familia de Dios: «Haber nacido en pecado y quebrantamiento ya no nos sujeta», sino que entramos legal y plenamente en su familia cuando somos adoptados como sus hijos.
Habita en nuestro corazón
A veces, las palabras de los niños pueden sorpresivamente llevarnos a entender mejor la verdad de Dios. Una noche, cuando mi hija era pequeña, le conté sobre uno de los grandes misterios de la fe cristiana: que Dios, por medio de su Hijo y del Espíritu Santo, habita en sus hijos. Mientras la acostaba, le dije que Jesús estaba con ella y en ella. «¿Está en mi panza?», preguntó. «Bueno, no te lo tragaste —respondí—, pero Él está justo contigo».